Por el camino, nos encontramos con el mejor belga de todos los tiempos: el Padre Damián, aunque en la forma de una bonita estatua de madera. Estamos en el lugar ideal para un concurso educativo y, tras unas cuantas pistas, nuestros hijos reconocieron al maravilloso hombre de sus clases de religión.
Nos dirigimos hacia Malinas, pero no sin las necesarias paradas y sorpresas por el camino. Con ellas, las vacaciones en bicicleta son igual de bonitas. Así, justo antes de llegar a Malinas, en Muizen, nos topamos con una preciosa terraza en la Brughuis, justo al lado de la ruta. Allí, tenemos unas vistas perfectas de los transeúntes y podemos ver nuestras cargadas bicicletas desde nuestra mesa. Esto nos ofrece tanta tranquilidad como motivación, ya que entre los transeúntes detectamos en varias ocasiones a otros ciclistas de vacaciones.
El sabor de los espaguetis es excelente. Seguimos nuestro viaje hacia Malinas. Esta vez con la aguja de la catedral de San Romualdo en el horizonte. Serpenteamos hasta la ciudad por un hermoso sendero junto al agua. Malinas nos sorprende por su belleza y su ambiente acogedor. Nos detenemos brevemente en la catedral mientras un gran juguete amarillo atrae la atención de los niños.
Nuestra última parada del día es el camping del parque Roosendael. Una vez más, constatamos que no somos los únicos que viajamos en bicicleta. Aparentemente, este domingo por la noche llegamos demasiado tarde para cenar en la brasserie. Pero tampoco pasa nada. Papá aún tiene algo de fuerza en las piernas para desviarse hasta la tienda nocturna más cercana. Esta noche comemos fideos en el camping.